Так жили в Андалузии исп
только маленький кусочек.
Возможно, отпечатаю больше.
Но,
дело в том, что популярных (то есть написанные легким, хорошим языком и насыщенных забавными фактами) статей и книг по истории я пока не обнаружил. Наверное, плохо искал.
А эта книжечка производит очень приятное, пока, впечатление.
Источник реальный, возможные виртуальные аналоги мне не известны.
Greus Jesús
Así vivían en Al-Andaluz
Madrid, 1993. Quinta edición
El país de tres religiones
Al – Ándalus es el nombre con que se conoce al Estado musulmán implantando por los árabes tras su invasión de la Península a principios del siglo VIII, y que perduró durante casi ochocientos años hasta la unificación de España por los Reyes Católicos en el siglo XV.
Se llama hispanomusulmanes a los habitantes de la España musulmana, o al- Ándalus, que profesaban la religión de Mahoma. Aunque había entre ellos quienes descendían de árabes y beréberes, venidos a la Península durante la copnquista o posteriormente, muchos otros eran de origen hispanogodo, convertidos al Islam.
Pero en al- Ándalus vivían también cristianos – a quienes se llamaba mozárabes porque imitaban las costumbres de los musulmanes – y judíos. La España musulmana fue, así, un país donde tres religiones – musulmana, judía y cristiana – convivieron pacíficamente.
En cierta medida, la civilización de al- Ándalus fue el resultado de los influencias mútuas entre estos tres grupos. Gracias a los numerosos conocimientos recibidos de los árabes orientales ( y que éstos habían recogido, a su vez, de bizantinos, persas, hindúes y chinos), al- Ándalus fue, en su tiempo, el mayor foco de cultura de Europa. Los sabios hispanomusulmanes divulgaron la filosofía de la antigua Grecia, abrieron nuevos rumbos marítimos con la brújula, enseñaron la numeración india con el sistema decimal, idearon nuevos métodos de irrigación para los campos, fabricaron papel para sus libros de ciencia.
La huella de al – Ándalus está todavía presente en muchas costumbres españoles, en la arquitectura y en la lengua castellana. ...
Ocho siglos de al – Ándalus
Antes de exponer las costumbres más generales en la vida cotidiana de los hispanomusulmasnes, examinemos las razones que impulsaron a los árabes a venir a la Península. Para entender esto debemos remontarnos a los tiempos inmediatamente anteriores a la conquista árabe. Al iniciarse el siglo octavo, el Reino visigoto, cuya capital era Toledo, estaba sumido en una crisis política y social provocada por el empobrecimiento de la economía, las frecuentes sequías, el desprestigio creciente de sus monarcas y, por fin, la rivalidad entre la nobleza.
Puesto que el trono no era hereditario, sino electivo, las principales familias nobles luchaban entre sí para ocuparlo. Los reyes eran a menudo asesinados por los nobles que aspiraban a sucederlos. Esta competencia acabó por debilitar al Reino visigodo.
Una de las causas principales de la caída del Reino visigodo fue el carácter electivo de la monarquía, que impulsó a luchar por el trono a las principales familias nobles, sobre todo la de Wamba y la Chindasvinto. La cohesión interna del Estado fue desmoronándose, hasta acabar en una inevitable guerra civil, de la que se aprovecharon los musulmanes, llamados para apoyar con sus armas a una de las facciones.
En este estado de cosas, el penúltimo rey visgodo, Vitiza, pretendió hacer de nuevo hereditaria la Corona. Sucedió que, a su muerte, su joven hijo Agila fue proclamado Rey, pero un sector de la nobleza se negó a aceptarlo y sentó en el trono a un noble llamado Rodrigo, duque de la Bética. A pesar de sus esfuerzos, Rodrigo no pudo evitar que estallara una guerra civil en el país.
El último rey visigodo, don Rodrigo, no pudo resolver el conflicto político y social. Coronado en el año 709, hubo de hacer frente a una creciente oposición de una parte de la nobleza y del pueblo. Los hijos de Vitiza, decididos a recuperar el trono, informaron a los árabes del momento más propicio para desembarcar en la Península, cuando en la primavera del 712 don Rodrigo se hallaba en Pamplona luchando contra los vascones sublevados. Sobre estas líneas, un aureus (sueldo de oro), acuñado en Constantinopla en el siglo V; fue la única moneda para el comercio transmediterráneo hasta la aparición del dinar.
Aunque el nuevo rey fue generoso con sus adversarios, los hijos de Vitiza se decidieron a recuperar el trono a toda costa. A partir de aquí, la historia es incierta y hay en ella elementos de leyenda. Parece ser que resolvieron pedir ayuda a los árabes para destronar a Rodrigo. El arzobispo de Sevilla, Oppas, tío del destronado Agila, pidió al gobernador de Ceuta, el conde don Julián, hábil político, que hiciera de intermediario en las negociaciopnes con el gobernador árabe de Túnez, Musa ben Nusayr. El gobernador Musa comprendió que no le resultaría difícil, bajo el pretexto de apoyarles, hacerse con un país dividido y cuyo monarquía había caído en el descrédito. Contaba, además, con el descontento de un amplio sector de la población hispanorromana, que no había acabado de mezclarse con los godos y vivía sometida a una condición de esclavitud y miseria. Y se supone que prometió su ayuda.
Antes de lanzarse a la empresa de ayudar a los partidarios de Agila,el gobernador de Túnez envió a la Península una primera expedición de 400 hombres, al mando de un oficial llamado Tarif, fundador de Tarifa. Un año después, en la primavera del 712, otro oficial beréber, llamado Táriq ben Ziyad, desembarcaba con 7.000 hombres junto a un peñón al que llamaron…hoy Gibraltar. Empezaba así la conquista árabe de la Península.
Los hijos de Vitiza, el arzobispo Oppas y otros nobles godos se sumaron a los tropas árabes y beréberes. En sólo tres años, y con un ejército no mayor de 25.000 hombres, los musulmanes conquistaron la Península hasta Zaragoza. En realidad, aunque no hay pruebas definitivas de ello, parece que muchas ciudades les abrieron sus puertas sin ofrecer resistencia, acogiéndolos como a sus salvadores.
Los nuevos gobernantes musulmanes, que establecieron su capital en Córdoba, pactaron con los nobles godos que les habían ayudado a entrar en la Península, respetando sus posesiones y privilegios. Aunque el Islam pasó a ser la religión oficial del nuevo Estado, llamado al-Ándalus, no se obligó a nadie a convertirse. Por el contrario, se permitió a cristianos y judíos practicar sus religiones, e incluso los musulmanes compartieron las iglesias con los cristianos, antes de edificar sus propias mezquitas.
Al-Ándalus continuó siendo una provincia del Imperio islámico hasta que el joven Abderramán I, único superviviente de la dinastía derrocada de los Omeyas, llegó a Córdoba, se proclamó emir y declaró al país Reino musulmán independiente. Se iniciaba así el período del Emirato Omeya, durante el cual los sucesivos emires hicieron de al-Ándalus el país más adelantado del Occidente, mejoraron su economía, su agricultura y su industria, y la convirtieron en un foco de cultura que iluminaría después a Europa.
Durante el siglo X, Medina Azahara fue la capital de sabios, artistas, poetas y filósofos. Edificada por Abderramán III para su esposa Zahra, tenía 7.5000 puertas recubiertas de hierro y cobre, 4.000 columnas procedentes de Roma, Cartago y Bizancio, extensos jardines con fuentes y piscinas. Fue destruida durante la invasión de los almorávides a finales del siglo XI.
Casi dos silos después, Abderramán III se proclamó califa o jefe espiritual de los hispanomusulmanes, dando comienzo al Califato de Córdoba. Bajo su reinado, la España musulmana llegó a su máxima expansión, cubriendo las tres cuartas partes de la Península y anexionándose Tánger y algunas zonas del Magreb. La espléndida corte de los califas, donde brillaron las ciencias y las artes, fue trasladada a una ciudadela edificada al norte de Córdoba, la famosa Medina Azahara.
Aunque los almorávides detuvieron el avance cristiano durante años, los dominios de al-Ándalus sólo cubrían ya una mitad escasa de la Península, más tarde, los almohades consideraban que con ellos nacía un nuevo orden del mundo, por eso sus monedas eran cuadradas en lugar de redondas. Pero su poder empezó a desmoronarse en España tras la derrota de las Navas de Tolosa en julio de 1212.
A la muerte del gran Almanzor, ministro del califa Hishem II, al-Ándaluz entró en un periodo de inestabilidad política, que acabó con la caída del Califato y de la monarquía Omeya. La España musulmana se dividió en una veintena de pequeños reinos, llamados Taifas. Las rivalidades entre éstos permitió a los reyes cristianos, por primera vez, avanzar en su reconquista, llegando a imponer tributos a algunos reyezuelos musulmanes. Asustados, éstos solicitaron ayuda al sultán almorávide del sur del actual Marruecos, quien vino a la Península y se enfrentó con éxito contra los cristianos, pero destronó a los reyes de Taifas y convirtió a al-Ándalus en una provincia suya.
Inevitablemente, los almorávides, que habían llevado una vida sobria en la Berbería, se entregaron en al-Ándalus a la vida de lujo y placeres que habían arrebatado a los reyes de Taifas. Aprovechando de su decadencia, otra dinastía africana beréber, los almohades, conquistó sus posesiones en Marruecos, mientras los almorávides eran destronados en al-Ándalus. Después de otro corto período de reinos Taifas, los almohades invadieron la Península a mediados del siglo XII, gobernándola a su gusto hasta su famosa derrota en las Navas de Tolosa frente a las tropas aliadas de Castilla, Aragón y Navarra, tras la cual empezó a debilitarse su poder.
Por tercera y última vez, al-Ándalus se dividió en varios reinos de Taifas. Aprovechándose de las luchas entre los reyes moros, la Reconquista avanzó con paso seguro. Acorralado, el Reino Nasrí de Granada sobrevivió durante casi dos siglos y medio, gracias a la protección natural que le ofrecían las sierras a su alrededor. Pero acabó como estado vasallo de Castilla, y tuvo al fin que rendirse a los Reyes Católicos, cerrando así la historia de casi ocho siglos de la España musulmana.
2 EL AMBIENTE CALLEJERO Y LA CASA
Las ciudades hispanomusulmanas se parecían a las ciudades árabes del norte de Africa y el Medio Oriente. Como éstas, tenían en el centro una medina, ciudad amurallada donde estaban los principales mercados, el Alcázar o residencia gubernativa y la Mezquita Mayor, y a la cual rodeaban algunos barrios exteriores. Las calles principales de la medina nacían en las puertas de la muralla y estaban empedradas. El resto era un laberinto de callejuelas estrechas y tortuosas, con suelo de tierra, cuya anchura y dirección cambiaban cada varios metros. Donde se ensanchaban, formaban pequeñas plazas que servían de zoco o mercado.
Los barrios exteriores a la muralla tenían sus zocos, mezquitas, comercios y baños propios. Tanto las grandes puertas de la medina como las cancelas de los barrios se cerraban por la noche, para evitar robos. Policías armados, acompañados de perros y provistos de un farol, hacían la ronda nocturna.
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